No revalúen el yuan y dejen de devaluar el dólar

por Juan Ramón Rallo

Juan Ramón Rallo Julián es investigador del Instituto Juan de Mariana (España).

¿Perjudican a EE.UU. los tipos de cambio fijos “artificialmente” bajos que impone China? Tanto como le perjudicaría a usted que le regalaran o le aplicaran descuentos a todo lo que compra. Los sinófobos se quejan de que China está invadiendo, merced a sus bajos tipos de cambio, todos los mercados mundiales; aconsejan una revaluación del yuan para alcanzar una competencia más “leal” entre Occidente y el gigante asiático. Tradúzcalo a un lenguaje más honesto: pretenden desplumar a los consumidores y empresarios occidentales forzándoles a pagar más por los productos que hoy pueden adquirir de manera mucho más barata a las compañías chinas.

Y fíjese bien que hablo de “consumidores y empresarios”, pues un yuan barato no es, como se nos ha intentado vender, una bendición para los primeros y una sentencia de muerte para los segundos. No. EE.UU. —y Occidente en general— importa de China una gran cantidad de bienes de capital y materias primas: más del 60% de todas las importaciones de EE.UU. a China están compuestas por maquinaria electrónica ($73.000 millones en 2009), equipo para la generación de energía ($62.500 millones), hierro y metal ($8.000 millones) y equipo médico ($5.600 millones). Frente a ello, los amenazantes juguetes ($23.200 millones) y el todavía más imperialista material textil ($24.300 millones) que presuntamente están inundando nuestros mercados y condenando a la ruina a nuestros productores locales se antojan partidas casi anecdóticas.

Dicho de otra manera, los empresarios estadounidenses, merced al yuan barato, pueden adquirir a precios de saldo bienes de capital y materias primas chinas que les permiten volverse mucho más productivos y eficientes, engendrando más mercancías de mayor calidad a un menor coste. El yuan barato no es una amenaza a la competitividad de Occidente sino una gran oportunidad para su modernización y recapitalización.

Dicho esto, es curioso cómo todo el mundo asume que si China dejara flotar su divisa esta se revaluaría frente al dólar. La mayoría de economistas están tomando esta hipótesis como un punto de partida que no admite discusión: si EE.UU. mantiene un déficit exterior crónico con respecto a China es que el yuan tiene que revaluarse, lo que permitirá eliminar ese déficit exterior.

El razonamiento se basa en una peregrina teoría de los tipos de cambio según la cual estos actúan como ‘equilibradores’ de los desajustes externos. Pero tal vez convendría analizar el caso de Japón: pese a que el yen se revaluó con respecto al dólar un 200% entre 1985 y 2008, EE.UU. mantuvo ininterrumpidamente un déficit comercial con Japón que apenas se redujo del 1% del PIB de EE.UU. en 1985 al 0,5% en 2008 (el de China es del 1,5% del PIB, no vaya usted a pensar que la magnitud del problema es muy distinta).

No es el yuan subvalorado —del mismo modo que no era el yen subvalorado— lo que provoca el déficit comercial de EE.UU. con respecto a China —o Japón—. Más bien, hay un tercer factor que explica y causa tanto el déficit comercial estadounidense como la presión a revaluar el yuan: el crédito estadounidense no respaldado por ahorro ha crecido más rápidamente en EE.UU. que en China.

El proceso no es difícil de entender: cuando el sistema bancario estadounidense crea crédito, algunos ciudadanos de EE.UU. están obteniendo un poder adquisitivo extraordinario para adquirir bienes de consumo o de capital. Si ese crédito está respaldado por ahorro interno —es decir, por la renuncia a consumir de otros ciudadanos estadounidenses—, la persona que ha obtenido el crédito podrá adquirir los bienes o factores que la persona ahorradora ha dejado de comprar o contratar. Si, en cambio, ese crédito no está respaldado por ahorro, la gente dispondrá de más poder adquisitivo, pero no habrá más bienes o factores a la venta, de modo que se encarecerán: ya sabe, inflación.

Ahora bien, antes de que los precios internos suban mucho, es probable que una parte de los ciudadanos estadounidenses decidan reorientar sus demandas y adquirir los bienes o factores que necesitan fuera del país (importarán). Se genera así un déficit exterior, ya que la demanda interna es tan grande que no puede ser abastecida sólo con oferta interna y ésta se filtra al extranjero. Asimismo, dado que para comprar fuera habrá que adquirir divisa extranjera y la oferta de ésta no ha aumentado mientras que la de dólares sí lo ha hecho, el billete verde tenderá a depreciarse. Sólo si los extranjeros incrementaran paralelamente su ahorro y le prestaran sus divisas (y los bienes que hayan decidido no consumir) a EE.UU. durante el suficiente tiempo como para que éstos aumentaran su producción interna y pudieran devolverles su préstamo, la devaluación y el aumento de precios podrían contenerse.

Ya tiene, pues, la explicación de cómo un mismo fenómeno —el aumento del crédito no respaldado por ahorro— genera tanto el déficit exterior como la depreciación del tipo de cambio. Por eso, es erróneo pensar que si China revalúa, el problema del déficit exterior de EE.UU. concluirá: esté seguirá teniendo lugar mientras EE.UU. prosiga inflando su crédito por encima del resto del mundo y mientras el dólar, pese a esa continúa inflación crediticia, no sea repudiado por los exportadores extranjeros. En todo caso, se podrá deplorar que China, como su política de tipos de cambio fijos, se está comiendo la inflación que genera internamente EE.UU., pero no que sea la culpable de sus desequilibrios exteriores.

Por ello, no tiene ningún sentido que EE.UU. busque inflar el crédito y, al mismo tiempo, coloque el grito en el cielo por padecer un déficit exterior crónico. Si China vende mucho a EE.UU. no es porque su moneda esté artificialmente barata, sino porque EE.UU. expande artificialmente el crédito y éste se filtra hacia el extranjero. Por supuesto, si China revaluara el yuan, los estadounidenses podrían comprar menos productos chinos… siempre y cuando no aceleraran el ritmo de expansión del crédito para conseguir las cantidades adicionales de dólares que harían falta para adquirir un yuan. En definitiva, deje de inflar y dejará de tener déficit aun cuando China no revalúe; continúe inflando y el déficit persistirá, aun cuando China revalúe.

Así pues, en lugar de presionar a la dictadura comunista para que encarezca su divisa —y para que, en consecuencia, acepte unas pérdidas en todos sus activos nominados en dólares que ha adquirido durante la última década a cambio de entregar a los estadounidenses mercancías y bienes de capital valorados en billones de dólares—, el Gobierno estadounidense debería seguir una alternativa más sencilla, más honrada y más provechosa para todos: dejar de gastar y de inflar artificialmente el crédito a través de la Reserva Federal y permitir que el proceso de desapalancamiento que han iniciado sus bancos, familias y empresas llegue al final. O dicho de otra manera, a día de hoy —con una demanda de crédito privada bajo mínimos—, para poner fin al déficit exterior el señor Obama sólo tiene que dejar de endeudarse monetizando deuda gracias al señor Bernanke.

Mientras el insaciable apetitito despilfarrador del Estado continúe, el déficit no desaparecerá. No es muy complicado de entender: si el país quiere dejar de gastar más de lo que ingresa (déficit exterior), simplemente ha de moderar su gasto. Lo contrario es hacerse trampas al solitario; achacar el problema del déficit a la sobrevaloración del yuan cuando esta sobrevaloración es sólo un síntoma que no perjudica realmente a EE.UU.: quien de verdad está emponzoñando su economía es esa orgía de endeudamiento barato que promueve nuestro perverso e intervenido sistema financiero.

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